El tiempo pasa, y la vida avanza cogida
de su mano, a un ritmo tan cadencioso como impertérrito.
Los ancianos del lugar cuentan
arrugas, algunas albergan un relato feliz, y otras esconden desdichas de las
que solo el tiempo es testigo.
El asfalto aguanta cómo puede su
imperio desmedido, enardecido por la sobredosis diaria de goma y monóxido, y cobrando
su peaje victima tras víctima.
El viento que antes corría libre
es ahora esquivo, acorralado por nuestros aires de grandeza en tonos gris y
negro.
Y los colores parecen difuminarse
a nuestros ojos cada vez más torpes, que ya no saben distinguir la belleza si
no está enmarcada en una resolución 4k.