martes, 7 de abril de 2020

LA TESTIGO

Este relato nació a partir del debate abierto sobre el papel de la tecnología en el mundo del crimen. ¿A quién ayuda? ¿A los buenos o, por el contrario, a los malos? Ahí lo dejo y si alguien quiere opinar...


LA TESTIGO



La inspectora cruzó el umbral del arco que daba al inmenso salón de la gran mansión de la familia Hernández de Sotomayor y Coscojuela. El patriarca, don Ignacio, estaba echado sobre un  butacón de piel junto a una gran cristalera por la que los rayos de sol penetraban tamizados a través de unas finas cortinas. Sus ojos apuntaban a un techo que ya no veía, de hecho, ya no podría ver más que la oscuridad que produce la no existencia. El marqués lucía un puñal clavado en su pecho, al más puro estilo cinematográfico. Vilanova se encontraba ante un caso que se presentaba complejo. Las familias con grandes fortuna suelen tener grandes cajones repletos de trapos sucios.

—¡Vaya, inspectora! ¡Menuda escena!
—Ya lo creo, Rafa —respondió Vilanova analizando toda la escena del crimen con su experta mirada.
—Y sin testigos —aseguró el subinspector Requena que contaba con los dedos de una mano los días que restaban para su jubilación.
—¿Quién ha dicho que no hay testigos? —dijo la inspectora volviéndose hacia su subordinado.
—Perdona que te contradiga, jefa, pero ya hemos realizado las pesquisas necesarias y…
—Ya lo sé, Rafa, habéis hecho un buen trabajo, pero…
—¿Pero…?
—No le habéis preguntado a una testigo que con toda seguridad ha presenciado los acontecimientos que han producido la muerte del señor Hernández de Sotomayor…
—Y Coscojuela —completó Requena —Me reconozco perdido.
—Rafa, mira encima de la mesa, la cuadrada, junto al sofá.
—Veo, una lámpara, un teléfono, una…, ¡joder!, ya entiendo.
Ante la mirada atónita del inminente jubilado subinspector Requena, la inspectora Vilanova preguntó a su único testigo.
—Alexa, ¿quién ha matado a Igancio Hernández de Sotomayor y…?
—Y Coscojuela
—Y Coscojuela —repitió la inspectora que se declaraba no apta para recordar tan ilustre apellido.
—Hoy, Ignacio fue asesinado por… —empezó a narrar el famoso dispositivo, que tras relatar con pelos y señales los sucedido hacía menos de una hora en el salón de la rancia y aristocrática familia, terminó apuntando—: Además, tendremos una máxima de 32 grados y cielo despejado.



domingo, 21 de julio de 2019

La vida...


El tiempo pasa, y la vida avanza cogida de su mano, a un ritmo tan cadencioso como impertérrito.

Los ancianos del lugar cuentan arrugas, algunas albergan un relato feliz, y otras esconden desdichas de las que solo el tiempo es testigo.

El asfalto aguanta cómo puede su imperio desmedido, enardecido por la sobredosis diaria de goma y monóxido, y cobrando su peaje victima tras víctima.

El viento que antes corría libre es ahora esquivo, acorralado por nuestros aires de grandeza en tonos gris y negro.

Y los colores parecen difuminarse a nuestros ojos cada vez más torpes, que ya no saben distinguir la belleza si no está enmarcada en una resolución 4k.

El tiempo pasa, y a su lado la vida, aunque no parezca importarnos.



miércoles, 6 de julio de 2016

Relato de un desamor

Apareciste cuando apenas contaba un par de capítulos, y tan solo te bastaron unas líneas para iluminar mi anodina trama, revolucionando el nudo y augurando un prometedor desenlace.

Cada párrafo superaba al anterior en ritmo, tensión narrativa y armonía; viviendo, entre metáforas y alegorías, nuestros momentos de prosa más poética. 

Pero un día, sin saber porqué, no alcanzaba a leerte, y mis letras se perdían entre líneas, o simplemente, se negaban a aparecer. Sintiéndote figura, habías huido a otro libro, en busca de otros estilos, de nuevas prosas por acentuar.


Después de ese giro, amargo e inesperado, solo pude escribir palabras sin vida que no fueron a ninguna parte; y tras varias páginas en blanco, usé letras suicidas para llegar a un punto final; porque el relato de mi vida, sin ti, no tiene historia. 

lunes, 4 de julio de 2016

PAYASOS EN IDOMENI



Al llegar a Idomeni nos encontramos con cientos de tiendas de campaña diseminadas entre el barro. Niños resguardados en ellas con caras tristes, aislados unos de otros. Madres desconsoladas con las miradas perdidas y hombres hablando entre ellos. Nos miraban con desconfianza. Habían desaparecido muchos niños.

Recorrimos el campamento vestidos con nuestros trajes y sombreros coloridos y con las narices grandes y rojas. Los más pequeños se asomaban por las rendijas de las tiendas sin saber qué ocurría.

Anunciamos la fiesta y les invitamos a que vinieran con nosotros. Había mucha expectación. El jolgorio comenzó, la música, los muñecos de globos y los pequeños regalos, aparecieron.

Poco a poco fueron cambiando sus caras. El mejor regalo que recibíamos de ellos fueron sus sonrisas. Pasaron de ser personas aisladas con sus sufrimientos, a gente aplaudiendo y riendo. Todos en el mismo equipo.

Padres, que no habían visto reír a sus hijos en mucho tiempo contemplaban sus caras de alegría, y con sus gestos nos agradecían lo que estábamos haciendo.

Al día siguiente, volvimos a repartir risas. En el transcurso de la mañana las emociones se dispararon, sobre todo cuando una mujer vestida de negro, y con cara triste, se acercó a nosotros. Nos enseñó una fotografía de un niño. Decía que era su hijo. Lo había perdido en el camino, mientras llevaba a los más pequeños de la mano. El niño venía detrás, o eso creía ella. Cuando pararon para descansar se dio cuenta que le faltaba.

Quería saber si lo habíamos visto y, que en el caso de verlo, informáramos a la policía.

Nuestra intención era seguir estando con ellos más tiempo. Pero sabíamos que en otros lugares también estaban  necesitados de nuestras risas.

Teníamos que partir.